domingo, 29 de enero de 2012

Reyes por un día. Chateau du Versailles

Madrugamos para evitar el agobio típico de estos lugares en cuanto pasan las primeras horas de su apertura.
Recogimos la habitación del hotel, cargamos el coche y a las 9 y pocos minutos aparcamos a dos pasos de la verja de entrada al palacio.
Fuimos directos a la puerta de acceso, ya que al ser menores de 26 años (que poquito me quedaba) y ciudadanos de la Unión Europea, entraríamos gratis y sin necesidad de pasar por taquilla.

Apenas había cola en la entrada y en cinco escasos minutos habíamos pasado el control de acceso.
Antes de comenzar la visita nos hicimos con los folletos y planos correspondientes, y una audioguia en castellano, también de manera gratuita.

Ya estábamos listos para visitar el Palacio de Versalles.



El palacio de Versalles fue mandado construir por Luis XIV, allí donde su antecesor, Luis XIII disponía de un pequeño palacete para sus jornadas de caza fuera de París. En 1682 se trasladó allí con su corte, antes incluso de haber finalizado las obras y fue residencia real hasta 1789, año en el que los franceses se sublevaron contra la monarquía.
 
Recorrimos con calma las salas y estancias que nos salían al paso, escuchando las explicaciones de la audioguia y apreciando cada detalle de los lugares. Destacan el Gran Aposento del Rey (un conjunto de varias estancias dedicadas a ceremonias oficiales), la Cámara del Rey (dormitorio del monarca y estancias donde solo accedían los más allegados) y la Galería de los Espejos (ostentosa galería que pretendía mostrar la grandeza y el esplendor de Francia. Era lugar de paso, espera y encuentros de aquellos que visitaban al rey en su palacio. Llamada así por contar con 357 lujosos espejos).

Aún no eran las once de la mañana cuando salimos a los jardines. Su fama les precede. Son espectaculares y por ello han pasado al decálogo de todo jardín que se precie.
Pasando entre diferentes especies florales, estatuas y fuentes, llegamos al Estanque de Apolo, que antecede al Gran Canal . Una masa de agua de 1670 metros de largo que, durante la estancia de la monarquía en el palacio, contaba con diferentes embarcaciones, incluso llegó a contar, regalo de la República de Venecia, con dos góndolas con sus correspondientes gondoleros.
 

Nos fuimos caminando hasta la zona noroeste del dominio, donde se encuentran los dos Trianon, el Petit y el Gan, y el dominio de María Antonieta. Teníamos tiempo de sobra, pues hasta las doce no abrirían sus puertas, así que paseamos tranquilamente.
Una vez dieron las doce, entramos enseguida al Petit Trianon, desechamos entrar al Gran Trianon para no saturarnos. Pasamos rápidamente por las estancias del palacete y salimos en busca de la Aldea de la Reina.
La construcción de la aldea fue requerida por María Antonieta para distraerse de la ajetreada vida de la corte y disfrutar de una especie de vida paralela. El lugar cuenta con todo tipo de construcciones, como una granja, la lechería, viviendas, un molino y un pequeño lago en el centro de la aldea.
El lugar nos dejo impresionados.










Regresamos poco a poco hacia el Palacio y alrededor de la una de la tarde salimos del lugar. Cogimos el vehiculo y nos dispusimos a acercarnos al aeropuerto de Beauvais. Para evitar pagar peajes tomamos una ruta alternativa que nos hacia pasar por la confluidisima “periférica de París”.


Paramos a comer en una localidad a medio camino llamada Merú y las cuatro de la tarde entregamos el vehículo en el aeropuerto. Ya solo nos quedaba tomar el avión que nos dejaría en Santander. Habíamos disfrutado, de nuevo, de unos días muy agradables en Francia, un país que cada vez que visitamos más nos gusta.

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