Madrugamos para evitar el agobio típico
de estos lugares en cuanto pasan las primeras horas de su apertura.
Recogimos la habitación del hotel,
cargamos el coche y a las 9 y pocos minutos aparcamos a dos pasos de
la verja de entrada al palacio.
Fuimos directos a la puerta de acceso,
ya que al ser menores de 26 años (que poquito me quedaba) y
ciudadanos de la Unión Europea, entraríamos gratis y sin necesidad
de pasar por taquilla.
Antes de comenzar la visita nos hicimos
con los folletos y planos correspondientes, y una audioguia en
castellano, también de manera gratuita.
Ya estábamos listos para visitar el
Palacio de Versalles.
El palacio de Versalles fue mandado
construir por Luis XIV, allí donde su antecesor, Luis XIII disponía
de un pequeño palacete para sus jornadas de caza fuera de París. En
1682 se trasladó allí con su corte, antes incluso de haber
finalizado las obras y fue residencia real hasta 1789, año en el que
los franceses se sublevaron contra la monarquía.
Recorrimos con calma las salas y
estancias que nos salían al paso, escuchando las explicaciones de la
audioguia y apreciando cada detalle de los lugares. Destacan el Gran
Aposento del Rey (un conjunto de varias estancias dedicadas a
ceremonias oficiales), la Cámara del Rey (dormitorio del monarca y
estancias donde solo accedían los más allegados) y la Galería de
los Espejos (ostentosa galería que pretendía mostrar la grandeza y
el esplendor de Francia. Era lugar de paso, espera y encuentros de
aquellos que visitaban al rey en su palacio. Llamada así por contar
con 357 lujosos espejos).
Aún no eran las once de la mañana
cuando salimos a los jardines. Su fama les precede. Son
espectaculares y por ello han pasado al decálogo de todo jardín que
se precie.
Pasando entre diferentes especies
florales, estatuas y fuentes, llegamos al Estanque de Apolo, que
antecede al Gran Canal . Una masa de agua de 1670 metros de largo
que, durante la estancia de la monarquía en el palacio, contaba con
diferentes embarcaciones, incluso llegó a contar, regalo de la
República de Venecia, con dos góndolas con sus correspondientes
gondoleros.
Nos fuimos caminando hasta la zona
noroeste del dominio, donde se encuentran los dos Trianon, el Petit y
el Gan, y el dominio de María Antonieta. Teníamos tiempo de sobra,
pues hasta las doce no abrirían sus puertas, así que paseamos
tranquilamente.
Una vez dieron las doce, entramos
enseguida al Petit Trianon, desechamos entrar al Gran Trianon para no
saturarnos. Pasamos rápidamente por las estancias del palacete y
salimos en busca de la Aldea de la Reina.
La construcción de la aldea fue
requerida por María Antonieta para distraerse de la ajetreada vida
de la corte y disfrutar de una especie de vida paralela. El lugar
cuenta con todo tipo de construcciones, como una granja, la lechería,
viviendas, un molino y un pequeño lago en el centro de la aldea.
El lugar nos dejo impresionados.
Paramos a comer en una localidad a
medio camino llamada Merú y las cuatro de la tarde entregamos el
vehículo en el aeropuerto. Ya solo nos quedaba tomar el avión que
nos dejaría en Santander. Habíamos disfrutado, de nuevo, de unos
días muy agradables en Francia, un país que cada vez que visitamos
más nos gusta.
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